La formación en mediación: Mitos y realidades

Fernando Prieto. Notario. Patrono de Fundación Signum

Por Fernando Prieto. Notario. Patrono de Fundación Signum

El éxito de organización y participación del Simposio de GEMME de septiembre sobre mediación, ha sido buena prueba del justificado interés de muchos en este valioso instrumento de resolución de conflictos. Sin embargo este éxito no nos debe impedir una correcta apreciación de la realidad. No podemos obviar las dificultades que encuentra la adecuada difusión de esta herramienta, pues la mediación sigue siendo muy desconocida y por tanto escasamente utilizada en España, y el interés por impulsarla de nuestros políticos, sólo atentos al corto plazo, tiende a cero. Por ello quiero compartir algunas reflexiones sobre uno de los temas más polémicos que se trataron en el Simposio: la formación de los mediadores.

En este campo se juegan importantes intereses económicos. Hoy en España casi los únicos que pueden haber ganado dinero no son los profesionales de la mediación, sino sus formadores, dado el exceso de expectativas profesionales generadas, en paradójico contraste con la debilidad de la demanda en un mercado de estos servicios que no acaba de despertar. Si la enseñanza ha sido la única «veta mollar», no podemos extrañarnos que la defensa de determinados modelos de formación que se venden como «garantes de calidad» oculte en realidad la de unos intereses particulares mucho más pedestres.

El tema es importante, pues la existencia de mediadores bien formados es un prius casi imprescindible para el prestigio de esta nueva actividad profesional. Pero aunque la mediación supone una verdadera innovación en la forma de afrontar los conflictos, es paradójico que su enseñanza no se haya afrontado en general con ese mismo espíritu innovador. De hecho, lo mismo que las inercias y «sesgos de confirmación» (de «conformación» o hasta de «resignación») con lo tradicional y establecido dificultan el uso y la difusión de la mediación en España, también esas mismas tendencias están obstaculizando la utilización de métodos de enseñanza innovadores basados en la vivencia personal del alumno y en su valoración individual, que son los que triunfan en los países más avanzados.

No es fácil, aunque tampoco imposible, encontrar en España una buena formación en técnicas de mediación. Creo necesario superar una concepción en exceso teórica y académica de muchos de nuestros cursos y masters. La probablemente mejor formadora de España, Thelma Butts, con gran experiencia internacional, dio en el Simposio una verdadera lección magistral sobre los defectos y carencias de estos cursos académicos, con una reveladora metáfora sobre cómo no debe enseñarse a hacer una tortilla de patatas. Con una demoledora crítica a esta concepción de formación tan teórica, modular y desconexa, en vez de integral. Aunque no debe molestar si se comprende desde su verdadera intención de contribuir a mejorar nuestra formación.

Veo en esta materia, como en otras relativas a la mediación, una fe excesiva en la eficacia de la hiperregulación y de la tutela de la autoridad pública. Y por ello no faltan los que reclaman que este tipo de formación académica, que pretende medir la calidad en horas de clases «magistrales», y ser así garantía de calidad, se imponga como legalmente necesaria para el ejercicio profesional en España. Esa pretensión es contraria a la legislación comunitaria sobre libre establecimiento de servicios, pero además si lograra su objetivo supondría un grave error. Se obstaculizaría la involucración de profesionales prestigiosos, e incluso la actividad de muchos de los que son hoy nuestros mejores y más experimentados mediadores. Y la calidad, por ello, quedaría perjudicada. No creemos por ello que ese intento, a contracorriente del resto del mundo, pueda tener éxito.

Para los que no tuvieron la fortuna de escuchar la disertación de Thelma sobre cómo enseñar (o mejor, cómo no enseñar) a hacer tortillas, puedo ofrecer otra metáfora gráfica: ¿Quién se prepararía mejor como ebanista? ¿Los que hubieran recibido muchas clases teóricas sobre los tipos de madera y sus cualidades, y conocieran las herramientas y su funcionamiento por power points, con prácticas finales consistentes en observar cómo sólo unos pocos de ellos trataban de hacer un armario? ¿O aquellos otros que, tras haberse estudiado la teoría fuera de clases, hubiesen aprendido desde el primer día en ellas con una mesa de carpintero a trabajar la madera con herramientas de verdad fabricando ellos mismos (muy mal al principio, y mejorando poco a poco) las piezas, asistidos personalmente por expertos? ¿Sería el mayor número de horas de los primeros determinante de una mejor calidad de sus trabajos?

Creo que una buena formación en mediación, además de imprescindibles conocimientos teóricos, exige muchas prácticas en role-plays en los que los alumnos ensayen muy diversos papeles, y en los que reciban una valoración individualizada de cada una de sus actuaciones como mediadores. Y también entrenarse luego en mediaciones reales, en comediación con un mediador senior.

Es cierto que este tipo de cursos encuentran la dificultad de la escasez en España tanto de mediadores con experiencia que puedan colaborar en ellos, como de mediaciones reales en las que ejercitarse. Pero también es verdad que no son necesarios tantos cursos y masters como hoy el mercado ofrece. La mayoría de las personas que reciban formación tienen que asumir que no van a sacar de ella otra utilidad que conocer la mediación y su eficacia. Y para este objetivo, tan necesario pero más limitado, bastaría con recibir cursillos más breves, para abogados, profesionales y empresas, sobre qué es la mediación y cómo se puede obtener beneficio de ella. Éstos hoy brillan por su ausencia, en abierto contraste con el exceso de cursos para formación de mediadores..

En España serán pocos los mediadores que sobrevivan como tales ejerciendo esta noble actividad, en un proceso de selección y decantación que el mercado irá haciendo. Serán, en general, los mejores, los que más se impliquen, se perfeccionen y ejerzan, y consigan un prestigio que transmita confianza. Influirá poco para ello el número de horas de clase recibidas en su formación inicial y más su calidad.

Estas reflexiones pueden no gustar a algunos, por enfriar sus expectativas o por perjudicar sus intereses. Pero un buen baño de realidad es absolutamente necesario.

MADRID, 31 de OCTUBRE de 2013 – LAWYERPRESS